Una extraña euforia, de repente, por que vaya tan mal todo. Hastío de los quejicas, abominación de este arrastrar los pies. Cuando el entorno se hunde, elevarse. Hay que plantar cara, pero con un escudo humorístico, o distanciado. Ser un hoplita, aunque sin salir del jardín de Epicuro: hacer de este desastre un jardín de Epicuro. Me acuerdo de Duchamp: "No hay solución, porque no hay problema". Y me acuerdo además de Pániker, que decía que nuestra orfandad es tan inmensa que la noción deja de tener sentido.
Leí mucho en su día Aproximación al origen, que predicó Umbral. Era un libro flojo; pero fecundo. Más que flojo, muelle: me sonaba a krausismo orientalizante; como echarse en un sofá filosófico. Pero el caso es que el krausismo siempre nos ha sentado bien en la práctica. El otro día me quedó pendiente algo sobre Pániker. Ese algo era que para él no había conflicto entre misticismo y ciencia, ni entre ciencia y literatura (entendida incluso como ficción). Frente al discurso fuerte de Espada (que me parece higiénico), el de Pániker era tirando a débil: pero también más sabio. Donde Espada se atrinchera, Pániker se abría –con el riesgo de disiparse, como de hecho se disipada. Habría que tomar de los dos: de Espada, abriéndolo; y de Pániker, cerrándolo.
La gran lección de Pániker (para mí como lector) fue la de despojar al misticismo de folclore, y casi de religiosidad. Era un misticismo racionalista: de razón que conoce su límite y procura no incurrir en espejismos. Tiene que ver con lo que decía Márquez Villanueva en su artículo sobre el misticismo renacentista español, del que copié un párrafo al final de este post. En efecto, en el siglo XVI nuestros místicos estaban entre los modernos: con los éxtasis, pero también con el capitalismo y con la tecnología. La otra cara del misticismo ha sido siempre el pragmatismo.
De esta crisis se ha dicho mucho, pero no lo fundamental: que nos la merecíamos. Necesitábamos un zarandeo, desbaratar la ilusión de refugio. Ahora hay que esforzarse, sí; pero además hay que tranquilizarse. Y hacer algo que siempre está a mano: respirar.
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